La ruta de la palabra, un viejo tránsito del Recodo.


       


En esta mañana dominical lluviosa y fría de finales de octubre, en que extraño el acostumbrado "Papel Literario" que casi infaltablemente los domingos, envía Alejandro  Gil al grupo de Caminantes del Recodo en aras de propiciar alguna tertulia agradable o compartir tal cual verso, me lleva a repensar el por qué en el seno de esas pocas cuadras de casas viejas y negocios por doquier, de manera esencial se cultivó para enquistarse el gusto por la palabra sentida, y es imposible obviar a aquellos viejos conversadores de esquina que atiborraban sus espacios en otros tiempos de bonanza local, para compartir mil cuentos sin cansancio.

       Entre tantos recuerdos, la versatilidad de algunos que solo al escucharlos referenciaban darle gratitud a sus palabras para convertirse en oradores que aclimataban de calor fraterno sus largos relatos, que en el caso del "Cuñao" Pimentel no se podían distinguir los límites entre la realidad y la ficción; o de Figueredo, aquel beodo consuetudinario, que oliendo siempre a aguardiente cerrero, buscaba filosofar en terrenos socráticos, platónicos y diogenicos, demostrándonos que el arte de la mecánica era cuestión de inteligencia y razonamiento; pero también mi abuelo Rufino, remontándonos a las montoneras burbusayeras que acompañaban al Tigre de Guaitó por aquellos tiempos del duro gomecismo; incluso el caso contrario y no por eso incongruente del callado Mano Fel, que solo con su gallarda figura reflejaba un poema en vida, para imaginarse en aquel flaco señor a un músico o un poeta; caso aparte el verbo encendido de aquel inverosímil candidato a la Presidencia del país, desde su morada en la Sucre, para interpretar ante nuestros oídos la historia a su imagen y semejanza; pues si, unos cuantos entre otros tantos.

        Pero hay un muchacho de la años setenta y principios de los ochenta, que hace unos años murió, quien fue el adelantado agricultor de los cantos y cuentos, el poeta Samuel Pimentel, cuando de adolescente liceísta se apropió del verbo contestatario típico de una época de culto romántico y alternativo a la insurgencia, cantando en sus versos al campesino y a la vida.

       Valga entonces este recuerdo en reconocimiento a ese iniciador de caminos que antecediendo en años, marcó una ruta poética por las aceras de la Gran Colombia en su cruce con la Páez.

      Es pues El Recodo, en herencia de sus rockolas, un rinconcito de palabras de hoy y de ayer; deambulando aún las de ayer en los cuentos centenarios de Vicente Briceño y de Matías Molina; y las de hoy esperando ser escritas por  los  caminantes del verbo y la esperanza.

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