José Urbina Pimentel
Boconó es un poema vital
Boconó es un poema vital,
hecho de calles y casas
viejas y nuevas,
aletargadas bajo la mirada vigilante
de sus cerros y sus lomas,
matizados de coloridos verdes
cada vez que la lluvia riegue sus entrañas,
para mezclarse entre las grises canas
de pacientes yagrumos
que deambulan sombríos
en la quietud serena de la tarde.
Boconó es una oda perenne en el tiempo
de un reloj dinámico que lo apura
y lo retarda a la vez
para ser el pueblo de siempre,
el que no se olvida,
que se vive en su presencia
y se evoca en la distancia.
(2024)
¿De dónde soy?
Cuando me pregunten que de donde soy,
diré que soy de un Recodo:
no más unas pocas calles largas
de casas viejas y aceras angostas,
donde lo simple se hace universal,
mas lo universal se convierte en cotidiano
y lo imposible emerge en la verdad.
Donde libre corre la palabra,
emitida para siempre por las voces de viejos
canosos,
para escribirse en las páginas inolvidables
de una esquina añeja con alma propia;
palabra que se hace andariega,
traspasando los muros y paredes de bahareque
que encajonan y atrapan aún
a sus moradores de ayer, de hoy y de mañana,
y donde el horizonte se divisa cercano
cuando entre soles y sombras,
el silencio se ve alterado
por el cántico de alguna oportuna lechuza.
Un Recodo acertado de caminos,
que se entrecruzan para hacer de la vida
una escuela eterna,
paciente e inacabable,
como fuente y farol
cuyas aguas luminosas nunca dejan de fluir
para bien del sediento oteador.
Y cuando me pregunten que donde queda,
diré que en un pueblo lejano,
entre montañas,
de cielo azul,
acogedor, sencillo y cotidiano,
donde amanece temprano
y brota a cantaros la sonrisa solidaria;
con un nombre extraño,
imposible de olvidar,
y fácil de pronunciar:
Boconó.
(2023)
Canto distante a Boconó.
La ausencia de mis montañas me abruma
inundado por una niebla mortecina
con ansias por los verdes más hermosos
creados por Dios,
aquellos que desafían los límites de la razón
y agasajan los sentidos,
los mismos que otrora enamoraron
de un solo vistazo a Ruiz de Vallejo.
Cerros que imitan el primer pesebre
franciscano
dando vida a mis calles de siempre,
viejas y nuevas,
de casonas solariegas y casas sencillas
las mismas de la infancia y una adolescencia
lejanas,
cómplices tantas veces
de mis pasos andados,
como inquieto heredero
del Machalengo trasnochado.
Calles inundadas de ilusiones y esperanzas
postales eternas
plasmadas en luz
desde el recóndito Pocito
como una telaraña tejida
con mágicas agujas.
Boconó, hoy solo quiero descansar recostado
en un banco de tu adictiva Plaza,
pero estoy sentado frente a mi computadora
a cientos de kilómetros de distancia.
(2017)
Boconó al atardecer
Indescriptiblemente lozano,
Boconó;
más cuando se ve
con los ojos de la ausencia.
y como nunca
toma colores
el contraste policromo
de verdes y marrones de sus cerros,
sobre todo al atardecer de los “venados”
en la entrada de la noche,
cuando los aires de Árbol Redondo
lo anuncian,
o al bajar de Las Guayabitas o El Pocito.
(2016)
Recodo mío
El lar de origen.
He ahí un Recodo, en plenitud.
Una esquina, unas calles,
en la esencia del Boconó profundo.
Una esquina mágica
la de la cruz perfecta,
al oriente y al poniente,
hacia arriba y hacia abajo,
y todos nosotros sus dueños,
propietarios de recuerdos místicos,
de sabores,
de amigos,
de canciones de etéreas rockolas,
y de los viejos perennes
que serán eternos aunque ya no estén.
Un Recodo de sueños y letargos que siempre vivirán.
(2015)
Una calle que baja.
La Jauregui:
simétrica,
altiva,
"kilometrica",
y peligrosa;
peligrosa
ante el temor
de la rauda bajada,
o que enamore
en cualquier tarde boconesa
el encanto
de su imagen de casas trasnochadas.
(2024)
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