Entre periódicos y revistas se hacía una buena sopa de letras

 


Recuerdo que yo de niño, en quinto o sexto grado, compraba el Reader Digets, el Sport Gráfico y Billiken que era una revista argentina, educativa y recreativa a la vez; algunas veces con la plata que me daban pa' los pasteles de la escuela y otras que sencillamente pedía para eso, y que en definitivo, como todo en aquella época, eran muy baratas, y sin tanto  esfuerzo estaban al alcance de cualquier bolsillo. Luego, un poquito más tarde, ya en tiempos del liceo, se sumaron a mi gusto, alternándose Geomundo y la Nacional Geographic.

Crecí ciertamente dentro de una familia que acostumbraba comprar revistas y periódicos.

Una tía era muy farandulera y todas las semanas adquiría Ronda, Bohemia y Venezuela Gráfica, y claro, yo las revisaba enterándome así del día a día de Venevisión, Radio Caracas y del lejano Hollywood.

 Mamá por su parte, ocasionalmente compraba Vanidades o Elite, ya las que yo también les daba un ojo. De igual manera, nunca faltaba Tricolor, la excelente revista editada gratuitamente por el Ministerio de Educación y que amenamente entre dibujos y textos nos paseaba por las maravillas de ese pais hermoso llamado Venezuela.

Por esas mismas fechas, llegaron los suplementos, muchos, diverso; eran coloridos o algunos sepias, editados en México. Habían de comiquitas, de héroes y superheroes de una infinidad de personajes, que faltaría espacio para que entraran apilados o en una larga fila incansables de Archies, Donalds, Mickeys, Supermanes, Batmanes, Santos, Llaneros Solitarios, Kalimanes, Tamakunes, Memines o Condoritos, como solo un pequeño extracto de gentes animadas; a los que al poco tiempo se le sumarían los vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía, de esas pequeñas "revistas de bolsillo". Lo bueno era que existía un mercado de trueque entre los muchachos de esa época, para cambiarlos en la plaza, por generalidad los sábados y domingos, y así leer nuevas aventuras.

Un tío todos los días compraba El Nacional, Últimas Noticias y El Tiempo, que ya al mediodía me los regalaba, para compartirlos con mi abuelo Rufino, sentados encima de sacos de maíz o cajas de sardinas en su negocio; igualmente mi tío  adquiría las revistas de hipismo: Partida y La Fusta, las que me aficionaron de vez en cuando, a esa costumbre de "sellar cuadros" de  4 o 6 bolívares en el "5 y 6" de los Piña. 

El Meridiano lo veía donde mis amigos de la Pensión de Doña Ana, y por un tiempo a veces lo compraba, para recortar a los jugadores de béisbol y hacer mi propio álbum de los equipos de las Grandes Ligas, impulsado por mi fanatismo hacia los Rojos de Cincinnati, en aquellos años en que brillaba David Concepción y me imaginaba "agarrando rollings" como él, pero que yo al contrario, realmente siempre fui muy malo jugando el deporte de las cuatro bases.

A un vecino español, quincenalmente le llegaba As Color y Don Balón y sus hijos me las prestaban para  leerle hasta las propagandas, enfiebrado como andábamos todos por habernos encontrado con el fútbol que para bien nos trajo el simpático Saulo Herrera.

E incluso ya en cuarto o quinto año en el liceo, algunos estudiantes recién universitarios que se nos acercaban a hablarnos de ideas izquierdosas sobre el "movimiento estudiantil", las "luchas" y las "masas", me comenzaron a regalar Spunik, la versión soviética e idílica del Reader Digets.

Eran diarios y revistas que tenían además una misión particular: hacernos crucigramistas; una gran pasión que me cautivo por mucho tiempo y que hacia que fuera impelable la llegada a la página de crucigramas y dameros, para que absorto lápiz en mano, enfrentarme al reto de los cuadritos blancos y negros de los primeros, que hacían sudar por largos ratos, la memoria y la razón, y que mientras más grandes mejores; en cuanto a los otros, los dameros, nunca sentí atracción.

Y yo carajito de diez años en adelante, me leía toda esa vaina. Y empezó ese sancocho informativo tan variado que incluía historias cotidianas sobre EEUU, al igual que de la Rusia comunista; de las novelas, series y películas de la tv venezolana y gringas; de noticias políticas y crímenes; de béisbol venezolano y grandes ligas; de todos los equipos del fútbol español; de tradiciones y folclore venezolano, pero también de la historia, la geografía y las costumbres del pueblo argentino.

Que época: primero, sobraba la plata y era económico todo; segundo; no habían computadoras ni teléfonos que avasallaran a la lectura con raudales de información, distrayendo el placer de leer en papel; tercero, en cualquier negocio vendían de todo y por eso cada bodega por pequeña que fuera, era un quiosco particular atiborrada de revistas o periódicos.

Entonces, ¿cómo no leer en ese "entonces", desde la simplicidad de la casa?...

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