Cuando me pregunten que de donde soy,
diré que soy del Recodo:
unas pocas largas calles de casas
viejas
y aceras angostas,
donde lo simple se hace
universal
y lo imposible se hace verdad,
y donde libre corre la palabra,
emitida para siempre por viejos
canosos,
para escribirse en las páginas de una
esquina añeja
con alma propia,
que se hace andariega,
traspasando los muros y paredes de
bahareque
que encajonan y atrapan aún
a sus moradores de ayer, de hoy y de
mañana,
donde el horizonte se divisa cercano
y entre sombras,
el silencio se ve alterado
por el cántico de alguna oportuna
lechuza;
un Recodo cierto de caminos,
que se entrecruzan para hacer de la
vida
una escuela viva,
paciente e inacabable,
como eterna fuente,
cuyas aguas nunca dejan de fluir
para bien del sediento.
Y cuando me pregunten que donde
queda,
diré que en un pueblo lejano,
entre montañas,
de cielo azul,
acogedor, sencillo y cotidiano,
donde amanece temprano
y surge a cantaros la sonrisa
solidaria;
con un nombre extraño,
imposible de olvidar,
y fácil de pronunciar:
Boconó.
José Urbina Pimentel
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