El "Sucre": entre balones y murales.

 


Un recodo es un ángulo, un espacio ubicado en algún borde; pero para los que hacen vida entre la intersección de la Gran Colombia con la Páez del casco urbano boconés, El Recodo es su referencia, y así ha sido desde lejanas décadas, caracterizado fundamentalmente por la diversidad de actividades comerciales, otrora pujantes, hoy un tanto venidas a menos, como un retroceso inverso en el tiempo; además de ser en esencia conservador y tradicionalista, formado por familias cuya presencia y evolución allí se remonta a principios del siglo XX y quien sabe si se añejan más en el tiempo.

La cuestión es que el pintoresco sector es ambiguo en su delimitación, por lo que desde la conocida y especifica esquina recodera, se extiende hacia la Urdaneta, la Vargas, la Sucre y el Puente.

El sector ha sido rico en lo variopinto de su gente, y allí han vivido cantidad de personajes que han dejado huella, de una u otra manera, en la colectividad boconesa en diferentes facetas, unos como comerciantes, o músicos, o académicos de renombré como el caso de Elías Pino Iturrieta, o choferes icónicos como el Peleche, o mecánicos, e incluso un muy sui generis candidato a la Presidencia de la Republica, sin dejar de mencionar los macroproyectos de Eudes que en su momento permitió tener allí un verdadero equipo de ciclismo de élite, compitiendo en vueltas de importancia nacional, u actualmente una orquesta que sale por Globovisión y Venevisión; entre tantos, y sobre todo muchos otros categorizados como populares o pintorescos.

Uno de estos, quien vivió hace tiempo allá, tal vez cuarenta y más años atrás, fue Félix Perdomo, un pintor y artista plástico integral ya hoy fallecido, de reconocida trayectoria nacional e internacional. Sus pinturas de excelencia lo llevaron a ser laureado en diferentes eventos de Artes Plásticas en el país y fuera de el; trabajo como formador en Bellas Artes y en el pedagógico caraqueño; y fue expositor consagrado en prestigiosas galerías foráneas. De su obra, hablaban sus murales, como los de su casa de la Sucre, y que siempre admiraba cuando iba a comprar las sabrosas arepas de maíz pelao que hacia su mamá.

Vivía justo al frente del portón de Doña Pancha y sus inigualables chulas.

Ahora bien, de pequeño conocí otra faceta diferente del buen pintor, y es que por allá en 1976 y 1977, estudiando sexto grado, comencé a jugar baloncesto, aprendiendo poco a poco a driblar y lanzar pelotas al aro en la canchita del grupo Hilario Pisani Anselmi, y en esa praxis en poco tiempo me vi formando parte de un equipito de Minibasket llamado "Sucre" y que teníamos como entrenador a un muchacho moreno y flaco, de bigote grueso, llamado Félix. Por esos días se desarrolló el campeonato municipal y Félix nos anotó representando a la calle abajo. Al final, quedamos campeones, y orgullosos teníamos nuestro pequeño trofeo.

Lástima, que en ese entonces no existían los teléfonos de ahora y nos pudo entonces haber quedado plasmados los rostros de alegría, con nuestras franelillas rojas y ya con mi eterno numero 14 en la espalda. Rememoro pues todas las practicas que el ya futuro pintor nos daba y los consejos de como lanzar americanos, hacer el doble paso y pasar el balón con precisión, y que con la magia de la televisión queríamos imitar al poco tiempo, al iniciarse la Liga Especial y las fintas de los hermanos Lairet y el Kunda Tovar.

Que nos podíamos imaginar en ese momento que aquel improvisado entrenador, al cual teníamos la dicha de no decirle "profe" si no Félix porque asi nos dijo, sabía mucho más de pinturas y lienzos, que de "marcación" y "cazar guiri"? De algo sí estoy seguro, que en su humilde club sucrense, pudo "pintar" con maestría el gusto por el basket, y por el deporte en general; valgan el fútbol y las carreras, devenidas hoy en caminatas, como una adicción de por vida.

Con el paso de los años, cuando veía en ocasiones a Félix en Boconó, con alegría algunas veces venían los recuerdos de aquellos años setenta.

Son estás pues, remembranzas del Recodo...

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