Versos de siempre

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Madrugada

Retiro el texto,
dos horas de lectura me acompañan
en toda una madrugada tuya,
y en mi inconsciencia automatizada
caminas por mi habitación
envuelta en celofán y humo
y un halo de loto febril.
Maniqueas, triste ternura y desafío
en cada paso martillas un conticinio de silencio y soledad.
Ya Clío me reclama celosa de ti,
son las cinco y treinta y dos,
sabe de mi amor por las dos
y me quiere solo para ella.
Te fuiste ya,
etérea mujer de todo mi pasado por conocer,
y solo queda de ti
un olor a sándalo y catarsis
y el irremediable momento de seguir amando a Clío antes de que amanezca
y por siempre.

                                                                                                  José Urbina Pimentel
       1996





Oda necesaria para los niños de la calle.

Precisión emotiva de los tristes juglares,
cantores de la noche
que abiertamente ante el ruido eterno de la imposible canción,
conjugan en si
versos de un pensamiento clarificante, dulce, violento,
y ante el clima incesante del motor vivencial
sueñan codificadamente en el día en que la luz implacable,
amortice en placenteros petardos
el dolor de mis niños,
los desposeídos,
los hijos de nadie
y el cuasi divino sol
los acepte en sus entrañas.

                                                                                                   José Urbina Pimentel
     1993



Espectro nuestro de cada día

Miro el espejo
apareces tras de mi,
volteo, no estas.
En la mesa me pasas el pan,
Te pido otro y estoy solo.
Caminas a mi lado y hablo solo,
dos señoras me observan.
Vives en mi casa,
dueña de los silencios
solidaria y radiante
en la cálida esencia de tu alma.

                                                                                                 José Urbina Pimentel
                                                                                                                            2003





Al anochecer

Triste noche,
el momentáneo devaneo de los señores del averno
que viajeros rocinantes
involucraron el sentir del pastor y la noble damisela.
Como duendes caminantes dadores de oro y amor                          
fustigaron el aire y los seres encantados
entonaron una canción voraz
escrita en un esperanto melancólico
que intimidó toda verdad.


José Urbina Pimentel 
                                                                                                                      1994

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