Érase una vez, Rómulo
Gallegos y Andrés Eloy Blanco conversando relajadamente: dos hombres
fundamentales dentro de la evolución democrática y el quehacer literario
venezolano.
Maestros ambos en el arte de
construir el discurso oral y escrito con fina textura: a través de esa
narrativa llena de una magia particular que tenía Gallegos para describir con
fotografías hechas de palabras, un país que se estaba, por necesidad propia,
autodescubriendo; y un profundo sentido lírico que tuvo Blanco para radiografíar
con sentimiento el imaginario del pueblo.
Y no menos importante, su
comprometido "trabajo" por edificar un sistema democrático en un
territorio, que desde siempre solo sabía de la presencia autoritaria de
caudillos portadores de charreteras en sus hombros y "gorras" en sus
cabezas...
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