Sendas voraces del absurdo destino
condenaron a muerte a Cristo terrenal
prisionero de la maldad
en una Cruz de angustias dolorosas
por el amor incomprendido de los hombres.
Una pasión encendida en el páramo agreste, solitario
luego de quince estaciones sufridas
convirtieron el día
en un sin fin de lágrimas y gloria
quedando la cruz solitaria
y Jesús abrazado con su padre.
José Urbina Pimentel
1994
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