"El tiempo
pasa..." repite un lánguido estribillo de "Años", una de las más
hermosas canciones del celebérrimo, y no hace mucho tiempo desaparecido del
plano físico, el poeta y trovador cubano Pablo Milanés, más conocido por
"Yolanda" que por el resto de joyas que salieron de su garganta y
guitarra, aunque "El breve espacio..." la supere por varias yardas de
distancia en calidad de sentimientos; recordándonos que los giros de los
calendarios son rauda y vorazmente indetenibles, sobre todo, luego de que se
cumplen los treinta, y así en un abrir y cerrar de ojos se pasa de enero a
junio y de junio a diciembre, con una hipervelocidad que se repite entre ciclos
cargados de octanaje de Fórmula Uno.
Hace unas dos semanas atrás,
caminando por calles comerciales cercanas, un olor peculiar me trasladó a
recordar una melodía pegajosa por tiempos de diciembre: la gaita de los
"Cardenales del Éxito" "Huele a Navidad", dónde se asoman
aires acostumbrados del último mes del año, guapachoso y activo; pero en esta
oportunidad no me "activó" el guiso de las hallacas, si no el
peculiar olor a "pescao salao" al pasar por una frutería donde
descargaban gran cantidad de kilos de largas tiras de "dorado y
rallado". Claro, un indudable indicativo de que estamos en plena Cuaresma,
para que en unos días, los anteriores peces se hagan dueños de los "Siete
potajes" de la tradición gastronómica de los "días santos".
Y es que pienso, que la
Navidad y la Santa Semana son como unos gemelos separados al nacer, siendo los
dos hijos principales, tan parecidos pero tan diferentes a la vez, de ese señor
casual que acostumbra vivir trecientos sesenta y cinco días para morir y volver
a nacer en una rueda circular del eterno retorno. La Navidad sería el hermano
menor, más jovial y colorido como canta el viejo Reynaldo Armas, diciendo que
"...Viene diciembre con su carga de alegría..."; y Semana Santa, que
de hecho se conoce también como la Semana Mayor, es taciturna y solemnemente
conservadora, tal se vive en esta región andina del norte de Suramérica, dónde
no hay tentadoras playas si no cerros, tendientes sus calles a teñirse de
luctuoso morado. En fin, los une la sagrada responsabilidad de dar vida y
muerte a Jesús, el redentor nuestro.
Ahora bien, mañana, tan
rápido será Domingo de Ramos, y ese olor a bagre seco que hoy impregnaba la
sofocante y soleada tarde en la "ciudad de las mieles eternas", me
retrotrae a una Semana Santa ambivalente, mutada, como partida en dos, pero
llenas de experiencias de esas que marcan inexorablemente el paso de los días.
Y así aparecen en mi lejana
memoria, las Santas Semanas de muchos años atrás, de décadas, donde los
recuerdos me llevan a ver a Nino, mi padre, en El Recodo ganando pelea
tras pelea de cocos, para llenar sacos
con los "quebraos", y que Mamá aprovechaba para hacer dulce de
zapallo o bien conservas de melcocha, u otros pa' regalar, y es que él era todo
un "campeón" que tenía la sabia virtud de escoger los mejores" gallos"
que aguantaran "golpe con golpe" y no precisamente de Pastor López,
ya que de tantas cajas y bultos subidos a la parrilla de su Toyota, haciendo
"carreras" a los campos, se había vuelto robusto y fortachón; o
también a tardes de frías quebradas con los "panas", haciendo
sabrosos sancochos "cruzaos", que aunque "fueran días de no
comer carne", toda "presa" se nos hacía valida; o días completos
jugando fútbolito; o aquellas jornadas de sol a sol en pueblos de montaña que
se transmutaban en escenarios de la Palestina y el Israel bíblicos, para hacer
sufrir a Cristo y verlo morir en la cruz, por aquellas empinadas cuestas que
harían palidecer al mismísimo Gólgota; igual aparecen iglesias muchas, viendo
Nazarenos y Magdalenas, visitadas en la tarde luego de almorzar hasta reventar
en unos inentendibles ayunos inversos.
Pero desde hace nueve años
atrás, las Semanas Santas me llevaron por otras latitudes vitales, más
tortuosas, más dolorosas; de esos caminos que laceran el cuerpo y el alma; pero
también en medio de lo viviido, reflexivas; precisamente dos de ellas, en
concreto la de 2015 y la de 2023.
Estos días santos en forma
extrañamente coincidencial, los pasé sus días y noches en la misma Unidad de
Cuidados Intensivos del mismo Hospital, de la misma ciudad, tal vez como decía
Juan Gabriel "en la misma ciudad y con la misma gente", para cuidar
la agonía de mis padres, que murieron en forma igual una semana después: mi
papá en la primera fecha y mi madre en la segunda; complementaban de esta
manera, dos vidas unidas por fechas marcadas por el destino, podría igual
decirse, escogidas antes de nacer, ya que ambos habían nacido un 11 de julio de
años diferentes, para morir octogenarios en abriles
"postsemanasanteros". Algo así como que nacieron el mismo día, y casi
la "pegaban" en el día de la muerte; un juramento más en esa interdependencia
binomial en que vivieron, unidos por más de cincuenta años el uno para el otro.
Y precisamente, en sábados como hoy, vísperas de Domingos de Ramos, ingresaba a colocarme al lado de sus frías camas.
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