Ya hace once días que mi madre, Doña
Elita, murió; y es que desde unos cuantos años para acá, a toda señora de
mediana edad le digo Doña, lo que a algunas no les gusta mucho, porque se
sienten un tanto añejas, a pesar de que mi calificación parte es del respeto.
Precisamente voy en carretera montañas arriba para retomar el rumbo de
la cotidianidad, a reencontrarme, con mi hogar, con mi tropa, con mi trabajo,
con la calle misma, y con los libros, estos últimos que se me habían hecho un
tanto esquivos durante la dinámica de los días vividos.
Y ese poco de horas de estar sentado en
el asiento de varios buses, ineludiblemente me lleva a conectarme con la idea
de que Mamá ya no me va a responder mis llamadas diarias a cualquier hora, que
consuetudinaria mente hacia cuando el "buen servicio" del teléfono
CANTV de su casa de siempre lo permitía, para recibir su bendición, igual sus
preguntas sobre mis hijos y sus constantes consejos y preocupaciones que me
daba como si fuera el mismo carajito de ocho años del cual también fue mi
primera maestra, y no en sentido literal, si no real, en la Escuela de La Loma
El Pabellón Abajo; si porque aunque pasaran y pasaran y pasaran los años, y yo,
ya con mis sabrosas canas de mis hoy cincuenta y siete años buen vividos, creo
que me seguía viendo como un muchacho.
Ahora bien, ya está condición de
ausencia física la viví anteriormente siete años atrás con Nino, "Mi
querido viejo" como el de la nostálgica canción de Piero, la cual me agua
los mocos el Día del Padre, y que con el tiempo deja de ser ausencia física para
convertirse en presencia etérea, que está ahí en su imagen perenne en el
imaginario de los recuerdos, y de las acciones, a las cuales se les va
consiguiendo una sustancia didáctica, que deja enseñanzas, en las que logro
entender porque me comporto ante los demas de determinada manera, y es porque
Mano Nino siempre actuó bien, correcto, respetuoso, sin querer nunca
"joderse" en los demás.
Bueno, pero lo curioso es que desde
anoche cargo en mi cartera una foto de mi madre que nunca había visto, que no
se cómo salió de alguna de sus carteras, y que me permitió asirme de un
recuerdo gráfico de ella que se remonta en el tiempo, sabiendo que en vida fue
totalmente esquiva, ajena, lejana a las cámaras, y es precisamente una imagen
de ella adolescente, bien de sus años del Liceo Dalla Costa, o del Colegio de
las Monjas.
Así la pienso en una visión no
"pensada" anteriormente sobre ella usando el jumper azul del Liceo o
el de cuadros escoceses de las monjitas, y también caminando por las calles del
pueblo con sus cuadernos debajo del brazo; estudiando con sus amigas; haciendo
educación física y jugando volibol, bajo la sabía conducción del Maestro
Maldonado; como también nerviosa en un pupitre ante algún examen de matemática,
ante el temido Bachiller Barroeta; o pudiera ser estudiando morfosintaxis
castellana con Alí Medina Machado, que la hizo comprar su Gramática de Añorga
que con tanto celo cuido siempre, ya que sabía que era una joya hecha
libro.
O cuando llegaron sus años de irse de
la casa a estudiar su magisterio en Valera, para graduarse de la joven y
buena maestra que siempre fue, y que se cansó de enseñar con destreza a leer a
infinidad de niños, incluyéndome yo entre éstos, en unas cuantas escuelas
rurales boconesas. Pero también su rostro me lleva a verla caminando por El
Recodo, en aquellos días en que se enamoró de aquel joven buenmozo de bigotico
mexicano, que vivía en La Vega, y que raudo pasaba en su Mercury verde y blanco
tocándole corneta, y quien al rato volvía y volvía a pasar, y un cornetazo de nuevo,
que a la vuelta de unos años se convertiría en mi bondadoso padre, y de
quién para nada tuve la dicha de heredar su porte de galán. De esa época vino
el largo matrimonio que cumplió las palabras decretadas de "hasta que la
muerte los separe", "separándose" cuando el viejo Nino se le
adelantó hacia el otro mundo, y que la muerte los volvió a unir hace días
cuando el viaje extraterrenal lo emprendió Doña Elita, para hoy de nuevo
andareguear juntos incansablemente en su Toyota beige por carreteras invisibles.
De esta manera Sabino Antonio y Elita Ramona se casaron para una misión:
darle a sus hijos amor un océano de amor, el cual cuando llegaron los nietos se
hizo más grande, para los nuevos consentidos.
Si, una imagen desconocida de Mamá,
viéndola como una muchacha más de mi lejana adolescencia, pero viviéndola
anticipadamente tres décadas antes durante los años cincuenta...
Ha sido está una necesaria catarsis de
carretera, donde han quedado lejanos tras la cordillera los cenizos yagrumos
del jardín, y cercanos en la nostalgia para siempre, estos primeros
veinticuatro días de abril de dos mil veintitrés...
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